Volver a las raíces no siempre sale bien: como en Homo Argentum, conocer la tierra de los antepasados puede revelar un terrible secreto familiar

Este último jueves llegó a los cines la nueva película de Guillermo Francella, Homo Argentum, una cinta que cuenta 16 historias cortas que de alguna manera representan al “ser argentino”. Si bien hoy es motivo de una gran polémica, sus críticos más feroces habla de un flojo guion y de chistes “básicos”, pero hay una de ellas que vale la pena recalar.
El filme cierra con una historia lejos de Argentina, más precisamente en Italia, y nos presenta a un argentino que busca conocer y entender sus orígenes. Por ello viaja hasta un pueblo remoto de Sicilia, Montalbano Elicona, porque aún vive familia de su abuelo. Pero el resultado es un choque cultural y una decepción que muchas veces pasa cuando idealizamos el ayer o figuras que ya no están. Pero, ¿qué pasa cuando la realidad supera a la ficción?

Más que ficción es una realidad
Hace más de 20 años, cuando aun el trámite de ciudadanía italiana no estaba de moda, Ricardo La Huerta decidió reunir todos los documentos necesarios para tener el famoso doble pasaporte y por ello acudió a su tío. Uberto le dio así la credencial con la que llegó al país quien era su padre, Giuseppe La Huerta: un italiano, oriundo de Scilia, que escapó en barco en medio de la hambruna y la violencia.
Para quienes no están familiarizados con este procedimiento, se requiere mucho más que un pasaporte de más de 100 años y fue así que Ricardo se fue encontrando lentamente con el secreto familiar. Buscando datos sobre los años de Giuseppe en Tusa, descubrió que la madre de este y su hermana eran propietarias de un prostíbulo motivo por el cual no vinieron con él a la desconocida Argentina.
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Con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, Giuseppe regresó a buscar a las mujeres de la familia. Pero no tuvo otra opción que enlistarse en el ejército y luchar en el campo batalla. Lo cierto es que las heridas que sufrió le dejaron secuelas de por vida, muriendo a muy temprana edad y sin conocer a su último hijo. ¿Su madre? Se la trajo a la Argentina, pero no así su secreto que debió esperar décadas para develarse.

Esta historia pasó de verdad, pero por cuestiones de preservar la identidad de los involucrados decidí utilizar nombres falsos. El resto es un fiel reflejo de lo que uno puede descubrir cuando se despoja de la simple creencia que nuestros antepasados solo fueron figuras que aparecen en fotos para darnos un pasaporte.