Los migrantes, el método de conquista con el que China avanza más allá de sus fronteras
En el marco del ascenso de China y su consolidación como potencia global, la proyección de poder más allá de sus fronteras inmediatas se ha vuelto una constante en su estrategia de política exterior. Aunque esta expansión se suele analizar desde una perspectiva económica y comercial —como la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI)— existen dimensiones menos visibles, pero igual de estratégicas, que merecen atención.
Una de ellas es el uso de la migración como instrumento geopolítico, especialmente en zonas limítrofes de alto valor estratégico, como Mongolia y el Lejano Oriente ruso.
La migración china hacia Mongolia y el Lejano Oriente ruso puede interpretarse como una forma silenciosa de proyección de poder. Esta movida geopolítica podría ser instrumentalizada por Beijing en el futuro como parte de una maniobra para revisar fronteras o ampliar su influencia en regiones que considera vitales por razones históricas y geoestratégicas. ¿Estamos ante un fenómeno exclusivamente económico o hay un plan estratégico detrás?
Mongolia
Mongolia formó parte del Imperio Qing —gobernado por la dinastía manchú— durante gran parte de la historia imperial china. Sin embargo, su independencia fue el resultado de una jugada estratégica de la Unión Soviética, que buscó convertirla en un Estado tapón para proteger sus intereses frente a China. Bajo la conducción de Stalin, Moscú consolidó una barrera geopolítica entre Rusia y China, que se formalizó en 1949 con el reconocimiento del gobierno de Mao Zedong y el inicio de la alianza sino-soviética.
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Durante gran parte del siglo XX, Mongolia mantuvo un delicado equilibrio entre sus dos poderosos vecinos: Rusia y China. Sin embargo, la caída de la Unión Soviética desestabilizó esa balanza. En las últimas tres décadas, China se ha convertido en el principal socio económico y financiero de Mongolia, con una creciente presencia de trabajadores e inversores chinos en sectores como la minería e infraestructura.
Aunque la migración china hacia Mongolia puede parecer un fenómeno económico, desde una perspectiva geopolítica representa una expansión silenciosa del poder chino. La baja densidad poblacional de Mongolia y la proximidad histórica con la Región Autónoma de Mongolia Interior en China pueden alimentar narrativas de “reunificación cultural” o “protección” que Beijing podría usar para justificar futuros reclamos territoriales.
China, con su enorme población y expansión hacia el norte, podría estar usando la migración y la globalización para recuperar zonas ricas en recursos estratégicos, como petróleo y minerales, que fueron parte de su antiguo imperio Qing-Manchú.
El Lejano Oriente ruso
El Lejano Oriente ruso es una de las regiones más estratégicas y a la vez más vulnerables del mapa euroasiático. Rica en recursos naturales —gas, petróleo, madera, oro—, pero con muy poca población, esta zona se enfrenta al avance silencioso de China.
Al otro lado de la frontera, más de 100 millones de chinos habitan provincias densamente pobladas como Heilongjiang y Jilin, mientras que en toda la región rusa viven apenas 6 millones de personas.
Desde hace décadas, la migración china hacia estas tierras despierta alarma en Moscú. Ya en 1999, autoridades rusas hablaban de una “ocupación pacífica”. Incluso Vladimir Putin advirtió: “Si no hacemos nada, sus hijos hablarán chino”.
Más allá de la exageración, el desequilibrio demográfico es real, y Beijing ya tiene una creciente presencia económica en ciudades como Chita o Vladivostok. En 2023, China logró un acuerdo histórico para utilizar el puerto de Vladivostok como punto de tránsito comercial sin pagar aduanas, marcando el regreso de Beijing a esta ciudad después de 163 años.
Para Rusia, esto supone un riesgo doble: perder el control político y cultural de su frontera oriental.
La estrategia de reclamos territoriales
A lo largo de la historia, varias potencias han utilizado la presencia de minorías en el extranjero como excusa para intervenir o incluso reclamar territorios. Desde Italia en Libia en 1911, pasando por la Alemania nazi en los Sudetes en 1938, hasta Rusia en Georgia, Crimea y el Donbás, esta lógica ha sido una herramienta eficaz de presión geopolítica.
China no es ajena a este tipo de estrategia. En el centro de su narrativa nacional está el llamado “siglo de la humillación”, una etapa en la que perdió territorios frente a potencias extranjeras. Uno de los recuerdos más sensibles para Beijing son los Tratados de Aigun (1858) y de Pekín (1860), cuando el Imperio Qing cedió vastas regiones al Imperio Ruso.
Hoy, bajo el lema del “Sueño Chino”, Xi Jinping busca restaurar el prestigio perdido, y eso incluye un renovado interés por los espacios fronterizos que alguna vez estuvieron bajo influencia china.
En este contexto, no puede descartarse que, en escenarios futuros, Beijing promueva —de forma directa o indirecta— presiones sociales internas en esas regiones, incluso apelando a mecanismos como plebiscitos o consultas populares.
Tal como ocurrió en Crimea en 2014, la combinación de una presencia demográfica consolidada, una narrativa histórica reivindicativa y un contexto de dependencia económica puede allanar el camino para demandas de autonomía o “reincorporación” con el beneplácito de la población local.
Una amistad con fisuras latentes
Si bien ambos países comparten intereses comunes frente a Occidente, en sus márgenes orientales asoman fricciones históricas, demográficas y geopolíticas que podrían erosionar la narrativa de “una amistad sin límites”.
La creciente influencia económica y migratoria china en los territorios rusos despierta recelos en ciertos sectores del Kremlin, que recuerdan que, más allá del discurso oficial, las asimetrías entre ambos socios no han dejado de crecer.
En este contexto, conviene preguntarse si estamos frente a una asociación duradera o a un equilibrio inestable, sostenido más por la necesidad coyuntural que por una confianza estratégica genuina. Como enseña la historia, las zonas de contacto entre antiguos imperios rara vez permanecen en calma por demasiado tiempo.